Una madre dice a sus hijos que no se acerquen al vecino veterano gruñón, pero cuando fallece reciben un regalo de locura

Lo evitaron durante años; ¡luego leyeron su testamento!

Judith Johnston miraba fijamente el sobre descolorido que tenía entre las manos, con el pulgar trazando las letras de imprenta que deletreaban el nombre de su familia. Se le hizo un nudo en el estómago al recordar todas las veces que había advertido a sus hijos que evitaran a su vecino, el anciano señor Kendrick. «Esto no puede ser bueno», murmuró ansiosa.

Semanas después de su fallecimiento, tenía en sus manos una carta de su abogado en la que solicitaba la presencia de su familia en la lectura del testamento del Sr. Kendrick. ¿Qué podría haberles dejado? Ella siempre había considerado que el hombre no era más que un problema. «Tengo un mal presentimiento sobre cómo acabará esto», susurró en voz baja;

Judith dio la vuelta al sobre en sus manos, con la mente acelerada. Se imaginó el ceño fruncido y los ojos fríos del señor Kendrick. ¿Qué secretos podría contener este sobre? Le sudaban las palmas de las manos mientras su imaginación daba rienda suelta a las posibilidades. ¿Y si se trataba de una broma cruel para castigar a su familia por evitarle? O peor aún, ¿una forma de manchar su nombre como último acto de amargura? El corazón de Judith latía con fuerza mientras se debatía si quería saber lo que había dentro.

Sin embargo, la curiosidad triunfó sobre el miedo. Con manos temblorosas, hizo una pequeña rasgadura en la parte superior del sobre…

La respiración de Judith se entrecortó en su garganta mientras ojeaba febrilmente la carta. El tiempo parecía ralentizarse a medida que las palabras penetraban en su alma. Por un momento, todo le pareció borroso. Entonces, a medida que las palabras penetraban en su interior, se agarró al respaldo de la silla, necesitando su apoyo. «¡John!», gritó, con voz temblorosa. Quería que él lo leyera, para asegurarse de que no se lo estaba imaginando. ¿Podría ser verdad? Una oleada de sentimientos la invadió: conmoción, tristeza, miedo. Sobre todo, miedo.

Judith recordó el día en que se mudaron a su nuevo barrio. Recordó haber visto al señor Kendrick sentado en silencio en el porche de su casa, con la mirada fija en cada uno de sus movimientos. ¿Qué había sabido él entonces que ella estaba descubriendo ahora?

Las primeras semanas, había intentado conectar con el Sr. Kendrick, pero eso cambió rápidamente. Recordó haber preparado una tarta para presentarse como sus nuevos vecinos. Pero cuando llamó a su puerta, él sólo la miró y murmuró «No hace falta» antes de cerrar la puerta bruscamente. Su frialdad había escocido.

Con el tiempo, Judith dejó de intentar acercarse. Incluso en Halloween, cuando sus hijos iban de puerta en puerta pidiendo caramelos, sus ventanas permanecían a oscuras, en marcado contraste con las alegres risas y las luces parpadeantes que emanaban de otras casas. Poco a poco, Judith empezó a creer lo que los vecinos susurraban sobre él: que era mejor dejarlo solo.