«Gracias a todos» Cuando salió de la tienda con las bolsas en la mano, el aire frío ya no le resultó tan duro. Detrás de él, la mujer mayor le gritó con una cálida carcajada: «¡Y no te olvides de disfrutar de esa cerveza! Todo el mundo se merece un descanso de vez en cuando»
Por primera vez en una eternidad, Jacob sonrió. Fue pequeña, tentativa, pero real. La amabilidad de unos desconocidos había hecho algo más que proporcionarle alimentos: había reavivado un destello de esperanza en una vida que le resultaba insoportablemente pesada. Y mientras caminaba hacia su casa, no sólo llevaba las bolsas en las manos, sino también el calor de su generosidad en el corazón.