Pensó en todo lo que había presenciado: los gruñidos, las tormentas, los momentos de silencio que nadie podía explicar. Tal vez, decidió, no todo lo sagrado necesitaba pruebas científicas. Algunas respuestas sólo llegaban cuando dejabas de exigirlas.
Una noche, Maya fue invitada a casa de Lily. La risa de Lily se colaba por la ventana abierta y Milo brincaba a su alrededor. En algún lugar, más allá de aquella pequeña habitación, una madre y su hijo descansaban un poco más tranquilos, pensó Maya.