Cuando llegó el día del alta, las enfermeras se reunieron para despedirse. Lily estaba sentada en su silla de ruedas, Milo trotaba a su lado y su etiqueta captaba la luz del sol a cada paso. Los aplausos estallaron suavemente y luego se desvanecieron en lágrimas y sonrisas cuando las puertas se cerraron tras ellos.
Desde la ventana de arriba, Maya los vio cruzar el patio: la niña con su brillante chaqueta y el perro pegado a su lado. Sus sombras se alargaban por la acera, lentas y firmes, como el ritmo de dos corazones que laten al unísono.