Un perro de un refugio no dejaba de mirar a una niña que lloraba en el hospital, y una enfermera fue testigo de un milagro

Claire asintió, llorando en silencio. «Siguió el sonido que conocía», dijo. «Te encontró porque nunca dejó de escuchar» Lily extendió la mano y se la cogió. Milo yacía entre ellas, con la cabeza baja y los ojos suaves, como si por fin estuviera en paz. Claire abrió la caja y le dio una pelota vieja y usada: «Mi hijo entrenó a Milo para que la buscara con esto. Quédatela ahora»

Las dos familias permanecieron largo rato en aquella habitación. No hicieron falta palabras. Era sólo gratitud, compartida en silencio. En ese momento, todos parecieron comprender algo más grande que una explicación: el amor, una vez dado, nunca se va realmente. Sólo cambiaba de hogar.