Un perro de un refugio no dejaba de mirar a una niña que lloraba en el hospital, y una enfermera fue testigo de un milagro

Aquella noche, mucho después de que la sala quedara en silencio, Maya se sentó sola en la sala de descanso, con el teléfono en la mano. Su pulgar se posó sobre el número que le había proporcionado el centro de acogida. Respiró hondo y marcó. Al menos, podría hablar con la última persona que podría saber algo.

Cuando Claire por fin contestó, su voz temblaba por la edad y la emoción. «¿Lo tienes?», preguntó casi con incredulidad. «¿Nuestro Milo? Maya sonrió suavemente. «Sí, señora. Está con una niña aquí en el hospital. Ha estado increíble»