Un perro de un refugio no dejaba de mirar a una niña que lloraba en el hospital, y una enfermera fue testigo de un milagro

Milo no abandonó su mente aquella noche. El eco del sueño anterior la siguió en su turno a la mañana siguiente, un ritmo constante que no podía dejar de oír. Se preguntó si estaría intentando decirle algo.

A esas alturas, Lily había empezado a dibujar entre siesta y siesta. Una tarde, le entregó a Maya un dibujo: ella, Milo y un hombre corriendo por la playa. «¿Quién es? Preguntó Maya con dulzura. «El hombre que corre con nosotros», dijo Lily con naturalidad. «Lleva zapatos rojos»