Mañana lucharía por el arrecife, por la prueba de su destrucción. Pero esta noche llevaba algo menos tangible, un recuerdo que nunca podría explicar del todo. El tacto de la piel áspera bajo su palma. La presión de un cuerpo que debería haber acabado con él, pero no lo hizo. Y la certeza inquebrantable de que el guardián más feroz del océano había elegido, por una vez, dejarle vivir.