Un enorme tiburón blanco se acercó a un submarinista. Entonces ocurrió lo impensable

«¡Suelte el arma! Las manos donde podamos verlas» El pirata dudó sólo un momento antes de arrojar el arpón a un lado. Se estrelló contra la cubierta y se detuvo a los pies de Marcus. Éste no se movió, con el pulso aún retumbándole en el pecho. El barco se sacudió cuando los oficiales aseguraron al primer pirata, cuyas maldiciones se esparcieron inútilmente por el aire.

Marcus se apoyó en el camarote, recuperando el aliento, cuando un chapoteo repentino le hizo mirar a estribor. El segundo pirata emergió arrastrando tras de sí una abultada red repleta de peces aturdidos.