Hablaron durante horas sobre su infancia, sus intereses, sus planes. Le contó cómo había descubierto el valor del collar por accidente y cómo había estado a punto de venderlo antes de sentirse extrañamente obligado a conservarlo. «Supongo que ahora sé por qué», dijo con una pequeña sonrisa.
Mara sonrió entre lágrimas. El dolor en el pecho seguía ahí, pero ahora era más suave, atenuado por la calidez de su presencia. Se dio cuenta de que no podían reescribir el pasado ni recuperar el tiempo perdido, pero sí podían elegir lo que vendría después. Y quizá eso fuera suficiente. Para ella, valía más que todos los millones del mundo.