Noah se acercó al cristal, con el corazón palpitante. «Papá… la conoce», susurró. Margaret se agachó, manteniendo sus movimientos medidos. «Está bien, King. Ya estoy aquí. Nadie va a hacerte daño» Su tono era tranquilo, como si hablara con un viejo amigo. El león se movió, la tensa agresividad de sus hombros se relajó, aunque sólo ligeramente.
Por un momento, la multitud contuvo la respiración. Surgió la esperanza. Era como si los años que los separaban se hubieran disuelto y el vínculo resurgiera como una brasa que vuelve a arder. King bajó la cabeza, con los ojos fijos sólo en ella.