Daniel miró a su hijo y luego de nuevo a Ben. «¿Es seguro?» «Siempre hay un riesgo», admitió Ben, «pero dejarlo así tampoco es una opción» Aquella noche, mucho después de que la multitud se hubiera marchado, Daniel no pudo conciliar el sueño.
Volvió con Noah, que insistió en venir aunque ya había pasado su hora de acostarse. El zoo estaba inquietantemente silencioso bajo los focos, las sombras se extendían por los senderos vacíos. El recinto de los leones brillaba débilmente bajo los focos, tiñéndolo todo de tonos plateados.