Ben le dedicó una leve y cansada sonrisa, pero sus ojos se mantuvieron fijos en King, como si las palabras del muchacho contuvieran más verdad de la que ninguno de los dos quería admitir. Una tarde, Ben llamó a Daniel a un lado, con expresión grave.
Noah se había quedado dormido en un banco cercano, con la cabeza apoyada en el brazo de su padre, pero Daniel captó cada palabra. «Ya no tenemos elección», dijo Ben en voz baja. «Si King no nos deja acercarnos, tenemos que sedarlo. Está perdiendo peso rápidamente, y esa hinchazón no desaparece. Las cosas se están poniendo feas»