Cuando los guardas llegaron con comida, la tensión aumentó. Un hombre vestido de caqui entró en la guarida con un pesado trozo de carne. Noah agarró la mano de Daniel con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Cada paso que daba el guardián parecía demasiado ruidoso, demasiado descuidado. El chico apenas podía respirar cuando los ojos de King se abrieron de golpe.
El rugido que siguió hizo temblar el cristal. King se precipitó hacia delante, con las crines erizadas y los dientes relampagueantes. El guardián se quedó inmóvil y retrocedió, con la cara pálida de miedo. Noah jadeó, medio escondido detrás de la pierna de su padre. Todo el público se quedó en silencio, con los ojos fijos en el enorme león que había dejado clara su advertencia.