«Papá, él nunca se queda así», murmuró Noah. «Ni siquiera una vez. ¿Recuerdas el invierno pasado, cuando nevó? Estuvo paseando todo el tiempo. Ni siquiera entonces se tumbó así» Daniel quiso discutir, pero el recuerdo le golpeó también. Aún podía imaginarse al león paseando por el recinto helado, con la melena espolvoreada de blanco, negándose a dejar que el frío entorpeciera su paso.
En comparación con aquello, la quietud de hoy le parecía más pesada. Más extraño. Cuando volvieron después de comer, la multitud había disminuido, pero King no se había movido. Otros leones se estiraban, bostezaban e incluso se peleaban cerca de la zona de alimentación, pero él permanecía en un rincón. Noah volvió a apoyarse en la barandilla, con las mejillas pálidas. «¿Ves? Sigue sin moverse»