La fanfarronería que antaño dominaba las calles de Magnolia se disolvió y los chicos se quedaron atrás con los hombros encorvados. Su banda, que se había alimentado de las risas a costa de los demás, se convirtió en el mayor hazmerreír. Los vídeos les valieron el ridículo. Borrar los mensajes de Internet no funcionó. Su legado había sido reescrito con vergüenza.
Mientras tanto, Magnolia Wren cuidaba sus rosas, las tartas se enfriaban en el alféizar y tarareaba lo suficientemente alto como para que se oyera desde la calle. Los vecinos saludaban ahora con más alegría. Ella les devolvía el saludo con la misma sonrisa suave. La venganza que había preparado había tardado en llegar, pero era de lo más dulce