Los adolescentes hacen miserable la vida de la abuela hasta que un día se hartó

Pero a pesar de todo, Magnolia se limitaba a tomar notas, hornear y tararear canciones a horas intempestivas. El vecindario se inclinaba entre la lástima y la confusión. Los adolescentes se burlaban con más fuerza, pero las risas decaían más rápido. Por debajo de todo, crecía una tensión cada vez mayor, como la cuenta atrás de una tormenta.

El punto de ruptura llegó un sábado a última hora. El vapor salía de la ventana abierta de Mag y cruzaba la calle como un canto de sirena. Los chicos se apiñaron cerca de ella y la observaron mientras deslizaba una bandeja dorada de galletas sobre el amplio alféizar. Ella se dio la vuelta, tarareando, dejándoles a merced de la suerte.