Cuando los vecinos pasaban por casa, ella siempre era amable. Cuando le preguntaban sin rodeos, decía con dulzura, retorciéndose las manos: «Me preocupan las travesuras, pero sólo soy una anciana» «Afortunadamente, he aprendido a mantenerme ocupada. Quizá ellos también aprendan de mi industria» Su tono temblaba de inocencia, enmascarando cualquier otra intención.
Pronto, el vandalismo creció aún más. Todos los viernes, quizá marcando el fin de semana, los chicos organizaban algo más grande: dibujos con tiza en los suelos y paredes de madera de las casas, o contenedores de basura volcados en medio de las calles. Los vecinos susurraban: «Estos chicos son una amenaza» Aun así, Magnolia cuidaba sus rosas y arrancaba menta plácidamente, como si nada pudiera alterar su ritmo.