Seguía arrastrando los pies con sus delantales de flores y el pelo plateado recogido en moños ordenados. Cuando la veían los vecinos, sonreía, saludaba y se reía de sus dolores artríticos. Desde lejos, los chicos la observaban con recelo y quizá incluso se avergonzaban un poco. Pero la abuela nunca dejaba traslucir su dolor o su decepción.
La vergüenza desapareció pronto. Se volvieron más atrevidos, jugaban a la pelota a lo largo de la manzana, corrían por las propiedades y se sentaban en las vallas sin permiso. «¿Qué va a hacer?», se burlaba uno. «Es demasiado vieja para defenderse» Se reían, envalentonados por la supuesta debilidad.