Un agricultor harto de aparcar ilegalmente en sus tierras: su venganza fue épica

Pero incluso ahora que había sitio de sobra para aparcar, nadie se atrevía a probar suerte cruzando los límites de Eli. El campo donde antes se asentaban los coches estaba floreciendo. Los tallos de maíz se alzaban altos y verdes, extendiéndose hacia el cielo como si nada hubiera ido mal.

Entre las hileras, ramitas de flores silvestres salpicaban los bordes, plantadas por Margaret en silencioso homenaje al daño que una vez se había hecho. Una tarde, justo después de la puesta de sol, Eli y Margaret se sentaron en el porche a contemplar cómo el viento se movía por el campo como una suave ola. Los nomeolvides rosas se mecían cerca de la base de los escalones del porche, recién regados.