El estado de Nyla empeoró en el ala médica del zoo. Delgada y frágil, yacía acurrucada en su corral, levantando de vez en cuando la cabeza como si escuchara. Los cuidadores la atendían con cautela, sin saber que Sahara merodeaba por la ciudad, cada vez más cerca. El vínculo entre ellas pulsaba hilos invisibles, una cuerda que guiaba a Sahara de vuelta a casa.
En el parque Oakridge, un grupo de jóvenes se reunió a altas horas de la noche para un reto: descubrir a Sahara. Susurraban nerviosos mientras las linternas iluminaban la oscuridad. De repente, apareció, emergiendo de la arboleda como un fantasma. Los chicos se quedaron paralizados. A uno se le cayó la lata de refresco. Sahara se estremeció y volvió a las sombras.