En el interior del túnel asomaban grafitis y tuberías goteantes. Un par de trabajadores tropezaron con ella. Se quedaron inmóviles y levantaron instintivamente las cámaras de sus teléfonos. Los ojos de Sahara se cruzaron con los suyos. Ninguno gritó. Se limitó a bajar la cabeza, casi tímida. Los hombres huyeron y su vídeo provocó millones de aterrorizadas visitas.
«Un peligroso depredador acecha las alcantarillas», gritaba el titular horas después. En los noticiarios se emitían en bucle imágenes granuladas de los ojos brillantes de Sahara. Los comentaristas especulaban sobre ataques, aunque no se había producido ninguno. Cundió el pánico. Todos los ladridos de las mascotas desataron el terror, los gatos desaparecieron y algunas familias hicieron las maletas, reacias a dormir una noche más en Oakridge.