Pero la desesperación chocando con el miedo podía significar una tragedia. La policía tendió trampas con carne, cargó dardos tranquilizantes y preparó rifles. Las multitudes se agolpaban en las barricadas, susurrando plegarias y maldiciones por igual. Y Sahara, inconsciente de la tormenta que se cernía sobre ella, se deslizó por el laberinto de calles humanas, con el corazón martilleándole por un instinto: encontrar a su hermano.
Al amanecer, los helicópteros picaron el cielo y sus reflectores barrieron tejados y callejones. Los residentes filmaban desde los balcones, captando sombras fugaces que podían ser o no el Sáhara. El ruido la inquietó y sus oídos se agitaron con cada estruendo. Se metió en un túnel de desagüe, con el corazón palpitante y el mundo vibrando sobre ella.