Ni serpientes, ni animales heridos, ni cables sueltos. Las cámaras aéreas no mostraban nada inusual. Los otros elefantes no parecían darse cuenta de nada. Pero Lila permanecía inmóvil, con los ojos fijos y la postura tensa. Un pequeño hilo de inquietud recorrió el pecho de María.
Había visto a elefantes actuar con cautela antes, ante tormentas, ante olores desconocidos, pero esto parecía diferente. Demasiado deliberado. Demasiado silencioso. Anotó que vigilaría a Lila a primera hora de la mañana. Pero mientras se alejaba, María no podía evitar la sensación de que no se trataba de un estado de ánimo pasajero.