Hizo una pausa, observando cómo la manada se acomodaba en un suave círculo de descanso. «Deberías estar orgulloso de ellos», añadió Navarro. «Hoy han salvado a gente. A mucha gente» María asintió lentamente, con la emoción apretándole la garganta. «Nunca volveré a dudar de ellos»
La luz del sol se abrió paso entre las nubes, bañando el recinto de un cálido dorado. Los elefantes se relajaron por completo: las orejas sueltas, los cuerpos en calma, rumiando suavemente entre ellos. Sin miedo. Sin advertirse. En paz. Y mientras María los observaba, una silenciosa comprensión se arraigó profundamente: