Algo estaba pasando debajo del zoo. Los elefantes lo sentían. Y fuera lo que fuese, estaba empeorando. Al mediodía, el zoo se había cerrado en silencio a los visitantes. El personal se reunió detrás de las barreras provisionales, murmurando ansiosamente mientras una fila de camiones utilitarios entraba en el aparcamiento de servicio, furgonetas blancas marcadas con símbolos de peligro, del tipo utilizado por los equipos de mantenimiento.
Su llegada no anunciaba una catástrofe, pero desde luego no era rutinaria. María se reunió con el equipo de ingenieros en la puerta, con el pulso aún acelerado por el caos de la mañana. «¿Ustedes son el equipo que llamaron?», preguntó.