María no tenía respuesta. Todavía no. Pero sabía una cosa con absoluta claridad: Los elefantes no eran el problema. Respondían a uno. Y fuera lo que fuese… estaba justo debajo de aquella barricada.
María pasó cautelosamente por delante de la verja, apoyando la mano en la barandilla mientras se abría paso hacia el interior. «Tranquila, niña», murmuró. «No he venido a molestarte» Por un breve instante, pareció que Lila le permitiría acercarse. Las orejas de la matriarca se agitaron y su enorme cuerpo permaneció inmóvil como la piedra.