María había esperado años una oportunidad como ésta. Después de hacer prácticas en santuarios, largos turnos como voluntaria y más cursos de los que le importaba recordar, por fin estaba dentro del zoo de Grand Valley como cuidadora oficial de elefantes, su primer puesto a tiempo completo.
La mezcla de heno, tierra caliente y parloteo lejano de los animales le pareció el aroma de un nuevo comienzo. Y encajó en el trabajo más fácilmente de lo que esperaba. Caía bien al equipo. La rutina resultaba natural. Y lo que es más importante, los elefantes la aceptaron.