Otro agente colocó una correa alrededor del cuello del perro y le habló en tono tranquilizador. Para asombro de Tina, el animal lo permitió, con los hombros caídos como si la larga vigilia hubiera acabado por doblegarlo. Parecía agotado, pero no aliviado, y seguía observando a los gatitos con ojos inquebrantables.
El trabajador cerró el transportín con cuidado y metió dentro una manta para dar calor. «Esta noche los llevarán a la clínica del refugio», le aseguró a Tina. «Has hecho bien en llamar. Unas horas más aquí fuera y no habrían sobrevivido»