La linterna iluminó a los gatitos acurrucados, frágiles pero vivos, salvados por el calor de un perro que se había negado a marcharse. La imagen se grabó en la memoria de Tina: devoción, contra todo pronóstico, en una cuneta junto a la carretera. No podía apartar la mirada.
El empleado de control de animales se apresuró a meter a los gatitos en un transportín acolchado. Sus gritos se elevaron brevemente, suaves maullidos que llenaron el aire nocturno. El perro gimoteó, pero no opuso resistencia y siguió con la mirada cada movimiento, como si confiara su carga a manos más seguras.