Dos chicas dejan al camarero una propina de 9,11 dólares; él mira el pedido y comprende la situación

«Hermano, ¿vienes este fin de semana o qué? Hemos podido reservar la cabaña, ¡va a ser genial!», decía el primer mensaje. Seguido de otros dos que decían: «No vuelvas a decir trabajo» y «Di que estás enfermo, lo necesitas»

Andrew se quedó mirando la pantalla unos segundos más de lo debido y luego la puso boca abajo sobre la encimera. Imaginó nieve en los pinos, el olor de la leña, risas que resonaban en las paredes. Pero incluso esa ensoñación tenía un precio.