Andrew podía sentir el zumbido de su juicio bajo las tablas del suelo de aquella fría y estrecha habitación del sótano a la que aún llamaba hogar. Aun así, no renunció. No podía. No tenía otro sitio adonde ir. Se secó las manos con una toalla y echó un vistazo a la pizarra de ofertas: la misma sopa del día, el mismo combinado con descuento que nadie había pedido nunca.
La monotonía le dio ganas de gritar. Quería algo que rompiera la monotonía. Cualquier cosa. Su teléfono sonó en el bolsillo. Lo sacó lo justo para mirar la pantalla. Era un mensaje en un chat de grupo con sus amigos: