Dos chicas dejan al camarero una propina de 9,11 dólares; él mira el pedido y comprende la situación

Cuando empezó, la cafetería había sido un símbolo de impulso. No era glamuroso, desde luego, pero le proporcionaba un plan: una forma de salir del sótano de casa de sus padres, una oportunidad de empezar a ahorrar para la universidad, una pizca de independencia. En aquel momento, los fines de semana eran electrizantes.

Largas colas, mesas rápidas, botes de propinas llenos. Volvía a casa después de un turno doble, se desplomaba en la cama con las piernas doloridas y sonreía al ver los billetes doblados en el bolsillo. Pero eso fue hace casi un año. Y en algún punto del camino, el zumbido se había apagado.