Por primera vez, el espejo que sostenía ante la vida se resquebrajó. Siempre se había considerado intemporal, la excepción a la decadencia. Pero ahora, al ver al anciano frotarse los nudillos hinchados, Justin sintió una punzada de algo desconocido: reconocimiento. Ya no fingía ser joven. Fingía no ser viejo.
Su nombre resonó en la habitación. Una enfermera le hizo señas para que entrara. Justin se levantó lentamente, cada movimiento repentinamente deliberado. Le crujieron las rodillas al levantarse y forzó una risita, como si quisiera que todo fuera ligero. «Tuberías viejas», murmuró para nadie. Pero por dentro, el pecho se le oprimía de inquietud.