Justin nunca se había visto a sí mismo como el tipo de persona que se asienta. Las tradiciones eran para personas con infancias más felices, no para chicos criados entre miedos y portazos. Pero algo en Lucy -la forma en que soñaba en voz alta, la forma en que creía en más- le hizo empezar a imaginar cómo podría ser un futuro diferente.
Se encontró a sí mismo anhelando lo que una vez ridiculizó: las cenas familiares, los cuentos antes de dormir, los zapatitos junto a la puerta. No quería convertirse en su padre; quería deshacerse de él. Y la forma más clara de hacerlo, pensó, era criando a un niño -su niño- con paciencia, amor y orgullo.