Una orangutana se niega a moverse durante semanas, pero sus cuidadores se dan cuenta de sobre qué está sentad

Después de unos días observando desde la distancia, Sophie decidió que era hora de intervenir. Se acercó suavemente a Maya, manteniendo la voz baja y tranquilizadora. «No pasa nada, Maya», susurró Sophie, con la mano extendida pero con cuidado de no asustar a la madre. Maya la miró, pero no pareció sentirse amenazada. Con movimientos lentos y cautelosos, Sophie levantó suavemente al bebé para trasladarlo a una zona más segura, lejos de la esquina donde Maya había estado sentada.

El corazón de Sophie se aceleró mientras observaba a Maya, pero la madre orangután simplemente los seguía con la mirada, sin perder de vista a su cría. Sophie podía ver la profundidad del vínculo que las unía. La cría era pequeña, aún frágil, pero ya se aferraba a la vida con la misma fuerza y resistencia que la propia Maya. Sophie no pudo evitar sonreír, sintiendo un profundo respeto por la protectora madre que tenía ante sí.

En las semanas siguientes, Maya y su bebé se convirtieron en una pareja inseparable en el santuario. Sophie siguió cuidando de ambos, asegurándose de que el pequeño estuviera sano y creciera fuerte. Maya volvió a ser la de siempre, juguetona, pero ahora con una calma y una dulzura que provenían del vínculo que compartía con su bebé. Pasaban los días juntos, Maya enseñando a su pequeño las costumbres del santuario y Sophie observándolos con orgullo.