La terapia, y no la cárcel, era la única posibilidad de desenmarañar la obsesión que había envenenado su vida. Los días que siguieron fueron lentos y frágiles, pero Clara y Liam los recorrieron juntos. Él se disculpó una y otra vez, no sólo por el día de la boda, sino por pensar que el silencio podía protegerla. Y Clara, aunque marcada, dejó que el perdón echara raíces con el tiempo.
Meses más tarde, bajo un silencioso arco de flores en un jardín rodeado sólo por la familia y los amigos más íntimos, intercambiaron unos votos que sólo les pertenecían a ellos. Sin interrupciones, sin juegos retorcidos, sólo dos personas que prometían, honestamente, empezar de nuevo.