Un lobo se niega a moverse: un veterinario se sorprende al descubrir la verdadera razón

Se retiró al otro lado del río, empapado y agitado. Pero los sonidos persistían en su cabeza: rasguños, gritos débiles, inconfundiblemente vivos. Se dijo a sí mismo que podía tratarse de una ilusión nacida del agua y el miedo. Sin embargo, sus entrañas rechazaron el consuelo de la duda. Algo vivía bajo aquella vigilia.

Un poco más tarde, la tormenta amainó, pero el bosque quedó cubierto de ramas caídas y tierra removida. El río corría más oscuro, crecido por el cieno. El lobo estaba más delgado que nunca, con el pecho agitado a cada respiración. Adrian sintió que la urgencia se agudizaba, una cuenta atrás que no podía medir pero que tampoco podía ignorar.