Más tarde, repitió el sonido en su mente. Se dijo a sí mismo que podría haber sido el crujido de la madera encharcada o el chillido de un pájaro escondido entre los juncos. Sin embargo, el eco persistía. Conocía la diferencia entre una ilusión y un grito. Esto había sido real.
Adrian probó una nueva táctica. En lugar de acercarse directamente, se mantuvo a distancia, dando vueltas, manteniendo los árboles entre ellos. El lobo movía la cabeza a cada paso, siguiéndole. Pero nunca abandonó su posición. El lazo invisible se mantenía.