En cubierta se oyeron voces de pánico. «Llama a los guardacostas, ¡ahora!», ladró el capitán, tanteando con la radio. Los miembros de la tripulación se inclinaron peligrosamente sobre la barandilla, intentando ver burbujas o aletas. El mar no les devolvió nada, sólo la inquietante imagen de las enormes mandíbulas de la ballena cerrándose alrededor de su amigo y líder.
Los rumores saltaron instantáneamente de los labios a la estática. «¡Se lo ha tragado entero!», gritó un submarinista, imaginando ya los titulares de los periódicos. Otros lo negaban, pedían calma e insistían en que las ballenas rara vez atacaban a los humanos. Pero la negación se resistía a lo que habían visto. Racional o no, a sus ojos, Nathaniel había sido llevado vivo a un abismo.