Nathaniel acabó sintiendo el cambio. Los músculos se aflojaron y la cámara se ensanchó al paso de los bancos de peces. Su cuerpo se tambaleó hacia delante, atraído por la repentina luz del día. Su pulso se aceleró: ¿se trataba de una liberación o de otro cambio en el misterioso ritual de la ballena? En cualquier caso, se acercaba el momento de la verdad.
La ballena se inclinó hacia arriba y su cuerpo se elevó con fuerza controlada. Nathaniel se aferró a su regulador mientras la presión disminuía y la luz se filtraba a través del agua. Por primera vez desde que fue capturado, sintió la ingravidez de la posibilidad. La cámara se ensanchó y, de repente, casi pudo sentir la libertad al alcance de la mano.