Su respiración se aceleró. Imaginó lo que debía de pensar la tripulación, que observaba las sombras desde arriba. Para ellos, parecía que estaba atrapado dentro de un leviatán indiferente. En realidad, estaba atrapado en una frágil alianza que podría disolverse en el instante en que la intervención humana chocara con la misteriosa intención de la ballena.
Los guardacostas desplegaron redes con cebo y las arrastraron por la corriente para atraer al tiburón. Los bancos de peces se dispersaron en centelleantes tormentas plateadas. Sin embargo, el depredador se quedó, impertérrito, dando vueltas como un paciente verdugo. Su persistencia era escalofriante. La ballena se agarró con fuerza y sus músculos se flexionaron en un desafío silencioso al cazador.