El primer día, el hombre salió de su casa por la tarde, tal y como Sebastian esperaba. Se dirigió a su trabajo en un bar, trabajó hasta altas horas de la noche y regresó a casa de madrugada. Una rutina. Nada sospechoso.
Al segundo día, la frustración de Sebastián aumentó. El hombre seguía exactamente el mismo patrón: irse al bar por la tarde, trabajar hasta tarde y volver a su casa vacía. Ningún desvío extraño, ningún comportamiento inusual. Los nervios de Sebastián se estaban agotando.