Se oyeron gritos. Los trabajadores salieron corriendo de la zanja, algunos se lanzaron detrás de los vehículos, otros corrieron hacia la carretera de acceso. Walter tropezó con el porche y se agarró a la barandilla. Su primer pensamiento fue de incredulidad. Se había asegurado de que eran inofensivos, sólo latón, nada más. Su segundo pensamiento fue pánico. ¿Y si se me escapaba uno?
Las sirenas sonaban a lo lejos, cada vez más fuerte. Los primeros camiones de bomberos aparecieron minutos después, seguidos de furgonetas de emergencias del condado. La cinta amarilla se colocó rápidamente y la zona quedó acordonada. Walter se quedó congelado en su sitio, con la mente atenta a todos los detalles: los guantes, la pala, los agujeros. No había dejado ni rastro. Pero aun así, se le retorció el estómago como si lo hubiera hecho.