Tal vez les recordaría que no todo lo subterráneo les pertenecía. Esperó hasta que las luces del valle se atenuaron y las voces de los trabajadores desaparecieron. La noche estaba en calma, el cielo era una fina capa de color azul grisáceo y el único sonido era el crujido de la grava bajo sus botas.
Llevaba una pequeña pala y un bolsillo lleno de latón. Cuando llegó a la obra, se detuvo un largo rato al borde de la tierra removida donde planeaban echar los cimientos a la mañana siguiente.