A la mañana siguiente, un camión de plataforma pasó cargado de vigas de acero, con un motor tan ruidoso que hizo vibrar las ventanas. Lo vio desaparecer más allá de la cresta y se dijo que no era nada, sólo obras en la carretera u otra granja que cambiaba de dueño.
Pero el tráfico no cesaba. Cada día había algo nuevo: volquetes, niveladoras, depósitos de combustible, incluso una oficina portátil en el extremo del campo. Hombres con chalecos reflectantes iban y venían, gritando instrucciones, señalando planos, arrastrando cinta topográfica que ondeaba al viento.