Cada objeto -su libro, su teléfono, la delgada manta que había colocado sobre su regazo- fue recogido con una sensación de finalidad. Al echar un vistazo al hombre -al impostor- que se estaba levantando de su asiento, Kristen no pudo evitar sentir una mezcla de emociones.
Su rostro era ilegible, una máscara de calma que no delataba la agitación que se estaba gestando bajo la superficie. No tenía ni idea de lo que le esperaba al otro lado de aquella puerta, de las consecuencias que acechaban como sombras en los rincones de la terminal.