Pero la casa de su tío había cambiado. Tenía peor aspecto del que recordaba. El tejado se inclinaba en un ángulo extraño, como si hubiera empezado a suspirar de cansancio. Una mancha negra de moho se enroscaba bajo la ventana del segundo piso.
Las malas hierbas se habían tragado el jardín. Nadie había podado las rosas desde su muerte. Elise abrió la puerta. Las bisagras gimieron. Aquella parte seguía igual. Dentro, las motas de polvo flotaban como fantasmas a través de las rendijas de luz.