A Elise se le hizo un nudo en la garganta. «Nunca me dijo que hubiera nada aquí arriba. Sólo me dijo que no viniera» Michael se burló. «Claro que lo dijo. Así es como trabajaba. Te pone algo delante y luego te castiga por quererlo»
Ella se volvió hacia él, repentinamente cortante. «No lo conocías» Michael frunció el ceño: «Le conocía lo suficiente» Se quedaron allí de pie, rodeados por la lenta muerte del papel y la madera. Elise respiró entrecortadamente. El desván olía a moho y a aislante y quizá a un rastro de colonia vieja, como el último fantasma de un hombre que nunca llegó a vivir plenamente en el mundo como los demás.