Diez millas más allá, vio los faros en sus espejos. Era un todoterreno negro, apenas visible a través de la cortina de lluvia, que mantenía una distancia perfecta. No pasó, ni se desvaneció. Le seguía. Al principio, lo ignoró, diciendo: «Hay muchos conductores nocturnos por ahí».
Tomó otro sorbo de café, ya frío, convenciéndose de que no era nada. Probablemente era otro camionero tomando el mismo atajo, o paranoia por demasiada cafeína y demasiadas autopistas vacías. Aun así, se le erizaron los pelos de la nuca.